De la espesura del bosque, algo llamó su atención. Parecía como si los árboles se estremecieran, o más bien, como si se desplazaran. Esto la dejó tan asombrada que subío presurosa la pendiente, y observó desde un peñasco, atenta. Lo que parecía un conjunto de árboles y arbustos que se movían perezosos en realidad se trataba de una criatura monstruosa, de unos 170 metros de largo, con la estructura de una oruga o más bien le recordó a una babosa por su forma y sus ojos hinchados. Pero se diferenciaba de ellos radicalmente debido a que su exterior se componía únicamente de follaje, sobrevolado por aves que habían decidido aprovechar el transporte gratuito que le brindaban sus copas y que constantemente lo segían y se adentraban en él cada vez que se detenía. De vez en vez algúnos cervatillos y conejos audaces se acercaban al impetuoso Bleumein, para alimentarse de él, y cuando su número era excesivo, la creatura se sacudía vigorosamente como cualquier mamífero se sacudiría las moscas de su pelambre, ahuyentando en el acto a los animalillos que corrían despavoridos para regresar más tarde, la siguiente vez que se detuviese a alimentarse parsimoniosamente.
El vero abrir sus fauces resultaba pasmoso, compuesto su interior de raíces y troncos que se curvaban como si estuvieran hechos de algún material flexible que a Velithe le recordó los tendones y ligamentos que habpia visto alguna vez en su clase de anatomía humana.
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